lunes, 23 de junio de 2014

JARDÍN DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL

El Museo Arqueológico Nacional alberga un pequeño pero acogedor jardín que encontraremos nada más cruzar la elaborada puerta de hierro forjado que nos da acceso al museo situado en la calle Serrano nº 13 de Madrid.

A nuestra izquierda encontramos la réplica del techo de policromos de la Cueva de Altamira, la original se localiza en Santillana del Mar (Cantabria), justo encima de la réplica se encuentra la parte más extensa del jardín.

Dos pilares de piedra nos invitan a entrar y descubrir este pequeño oasis ubicado en pleno centro de Madrid, el diseño del espacio es la clave para que el visitante tenga la impresión de que es mucho más grande de lo que en realidad es e incluso pueda perderse.

El sinuoso camino que nos adentra al jardín no nos permite ver el final del mismo, junto con las formas redondeadas y la ubicación estratégica de la vegetación hacen que surja un inesperado efecto de profundidad y frondosidad.

A lo largo del camino encontramos plazoletas equipadas con confortables bancos de madera que permiten al visitante sentarse y disfrutar de las vistas.

La planta que permite separar espacios y romper las vistas rectilíneas que tanto predominan en el paisaje urbano es el Acorus gramineus una planta de hojas alargadas y finas a modo de cintas muy frondosa y de un color verde muy vivo, su porte de media altura permite disponer otras especies de plantas de menor porte y con mayor colorido como son las azucenas (Lilium spp), en todo el jardín se pueden observar espectaculares ejemplares unos con flores amarillas y otros con flores de color rojo anaranjado.

La planta más abundante es el acanto (Acanthus mollis), la zona con mayor densidad de esta especie la encontramos en la parte final del jardín, aunque la podremos contemplar a lo largo de toda la zona ajardinada con sus espectaculares flores de color blanco.

Entre los arbustos más significativos se encuentra el boj (Buxus sempervirens) y la budelia o arbusto de las mariposas (Buddleja davidii) muy fácil de identificar debido a que sus flores son inflorescencias en forma de espiga de color lila que desprenden una agradable aroma.

La armonía de formas redondeadas es tal que la mayoría de las plantas presentan un aspecto redondeado, un ejemplo es el agapanto (Agapanthus africanus), del centro de la planta brotan unos finos y largos tallos coronados con flores de color lila a modo de umbelas.

Las diferentes tonalidades de verdes dan paso a los llamativos frutos de color rojo intenso que presenta la nandina (Nandina domestica), otra especie de planta que destaca es la hosta (Hosta fortunei), sus hojas presentan un borde blanquecino y sus flores son de color lavanda.




Las especies más significativas de árboles que habitan en el jardín son: palmera de la fortune (Trachycarpus fortunei), acacia blanca o falsa acacia (Robinia pseudoacacia L.), cedro del Himalaya (Cedrus deodara), alamo blanco (Populus alba L.), cerezo (Prunus cerasus), ciruelo rojo (Prunus cerasifera 'Atropurpurea'), aligustre arbóreo (Ligustrum lucidum Ait.), tejo (Taxus baccata) y arce japonés (Acer palmatum 'Atropurpureum').

Tras disfrutar de esta zona del jardín es muy recomendable visitar la réplica del techo policromado de la Cueva de Altamira, para ello debemos bajar una escaleras de piedra que nos conducirán hasta el interior de la reproducción, una vez dentro podremos observar un breve documental donde nos muestran como los artistas de aquella época pintaron el techo de la cueva, la ambientación de la sala está muy bien conseguida con la reproducción de los sonidos que se dan en el interior de una cueva real y la iluminación va degradándose poco a poco hasta quedar casi a oscuras para posteriormente volver a iluminarse lentamente.

Mediante un gran espejo situado en el centro de la sala se puede observar desde diferentes ángulos la calidad de las pinturas y distinguir perfectamente la morfología de los animales representados en el techo, los artistas aprovecharon incluso los relieves de la propia roca para dotar a las pinturas de movimiento y profundidad, de tal manera que las representaciones ganan en un latente realismo.

Una vez visitada la réplica es momento de ver la ultima parte del jardín, nada más subir las escaleras en frente localizamos una pequeña plazoleta con varios bancos de madera donde podremos descansar bajo la sombra de un cedro del Himalaya y observar las llamativas hojas de color rojo del arce japonés, este espacio ajardinado es de dimensiones más reducidas que el anterior y se encuentra a mano derecha según entramos al museo.

Solo me queda recomendarles visitar este pequeño gran jardín, la entrada es gratuita y podrán realizar un pequeño paseo localizando y distinguiendo las diferentes especies botánicas que habitan en el jardín del Museo Arqueológico Nacional.


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